martes, 10 de marzo de 2009

QUE VUESTRA SANGRE NO HAYA SIDO DERRAMADA EN VANO










El teléfono móvil.
Sonaba insistentemente pero no deseaba cogerlo, se encontraba cansado... muy cansado. Resultaba raro que todos los viajeros recibieran llamadas al mismo tiempo. No pudo soportar más la angustia de aquel corazón al otro extremo del espacio.
Extendió el brazo e intentó coger el móvil que continuaba sonando a su lado. Pero su mano se aferró al aire... Entonces y solo entonces pudo darse cuenta... de que estaba muerto.

Los dos novios.
Llevaban un mes siendo novios. Habían decidido que al volver, esa noche, perderían la virginidad en una orgía de amor. Un terrorista (no hay terrorista virgen),sin un gesto en su rostro canalla, les impidió conocer a qué sabe el amor consumado.
El bebé.
El bebé dormía apaciblemente cuando el estruendo le despertó. Abrió los ojos y se puso a llorar sin pausa. No sabía nada de lo ocurrido, pero le faltaba la luminosa sonrisa de mamá

EL HOMBRE QUE SONRIÓ A UN TERRORISTA
Vio cómo subía al tren un joven que portaba una pequeña mochila en la mano. Le sonrió porque quería hacerle ver que comprendía a los hermanos que vienen de otras tierras a ganarse el pan al que todo ser humano tiene derecho.
El rostro del joven no se inmutó. Dejó la mochila en el suelo y se quedó mirando el paisaje por la ventanilla. Él buscó un asiento libre, intentando olvidar la falta de respuesta a su intento de comunicación.
Nunca tendría tiempo para reflexionar sobre la verdadera esencia de la globalización: el odio, lo mismo que el amor, no tiene fronteras. Y nadie, tampoco, sabría de su generoso gesto: acababa de sonreír al terrorista que iba a matarle.

EL JOVEN ÁRABE
Había nacido en un país árabe. El nacimiento es una elección del destino en la que no tenemos parte. Habida cuenta de lo que iba a suceder, lo mismo hubiera podido nacer en Madrid, donde ahora estaba residiendo.
Sus padres emigraron buscando una salida, igual que hacemos todos, emigrantes en una tierra que no nos pertenece. Él se debatía entre la ancestral cultura de sus padres y la nueva sociedad que le ofrecía tantas cosas agradables. Sentía pasión por los coches deportivos, la velocidad le atraía como atrae a muchos jóvenes que aún no han comprendido que la gran ilusión de los adultos es ralentizar el tiempo.
Quien puso la bomba y él tenían la misma piel, pero no los mismos sentimientos. Por eso no se salvó aquel día, porque los sentimientos son los que unen y no las pieles. El odio no conoce fraternidad alguna, ni de pieles, ni de emociones. El odio terrorista no perdona porque al mirarse en el espejo es incapaz de aceptar la fragilidad de la condición humana. Solo quien se acepta como es, puede comprender debilidades ajenas.

EL DROGADICTO
Quiso huir de una realidad que no le gustaba y cayó en la droga, la más dura de las realidades. De ahí a la delincuencia, la cárcel, el desprecio de los otros y la amargura de una vida sin esperanza solo había un paso.
A pesar de su juventud llegó un momento en el que abandonó toda esperanza o más bien fue ella quien le abandonó a él. Se lamentaba pensando que había tirado su vida a la basura. Dios aprieta, pero no ahoga. Una chica dulce y sin prejuicios le escogió para entregarle su corazón. Le ayudó a salir del infierno y comenzaron a trabajar juntos por un futuro mejor.
Ella, la buena samaritana, viajaba en uno de los trenes de la muerte. El recibió la noticia como el último golpe del destino y se hundió en el más profundo de los abismos. Ahora sí, ahora todo estaba perdido.
Puso la radio y oyó a los padres de su novia, en una entrevista: "Hemos perdido una hija pero ganamos un hijo". Las lágrimas acudieron a sus ojos, secos como un desierto. Aún queda gente buena, pensó, aunque haya que buscarla durante toda una vida.

LOS PADRES
Estaban desayunando cuando por la radio oyeron la noticia. Al principio no la dieron demasiada importancia. Tal vez se trate de otra de esas bombas fallidas que dejan algún herido y poco más. Pero conforme los datos fueron llegando comprendieron la magnitud de la tragedia y lo que era peor, su único hijo podía estar en uno de esos trenes. No pudieron terminar el desayuno. Intentaron llamar por teléfono para confirmar si el tren de su hijo estaba implicado. Las líneas telefónicas estaban bloqueadas y todo era un gigantesco caos. Decidieron utilizar su propio coche a pesar del bloqueo en que estaría sumida la ciudad. Se pasaron media mañana de acá para allá intentando encontrar alguien que pudiera informarles. La angustia se hizo irrespirable. Solo les mantenía en pie la esperanza de que su hijo estuviera vivo. Por la radio oyeron que en los hospitales empezaban a sacar listas de heridos y de fallecidos. Se dirigieron al más cercano. Allí fueron recibidos por una psicóloga, una jovencita que seguramente haría muy poco que habría terminado la carrera. En una sala de espera se derrumbaron y la psicóloga no pudo hacer otra cosa que pasarles el brazo por los hombros y compartir su dolor. Al cabo de un rato les trajo un vaso de agua y un tranquilizante. Les dijo que pidieran todo lo que necesitaran. Ellos respondieron que solo necesitaban una: saber si su hijo estaba vivo. La jovencita salió a buscar una lista y cuando volvió tenía el rostro pálido y temblaba. Los padres habían facilitado su nombre y apellidos al entrar al hospital, por eso la psicóloga sabía que el nombre de uno de los fallecidos bien podría ser su hijo. No sabía cómo darles la noticia. La madre la intuyó cuando vio lágrimas en sus ojos. Con mano temblorosa puso la lista en una mano firme. Y entonces presenció una escena que no olvidaría el resto de su vida. La madre no tuvo dudas que se trataba de su hijo y compartió su seguridad con su marido. Los padres, en vez de ponerse a llorar o a gritar histéricamente, entraron en un estado catatónico del que tardaron en sacarles varios días. La jovencita acostumbra a visitarles con frecuencia. Los padres la reciben con cariño, preparan un café y charlan de cosas intrascendentes. La psicóloga cree que acabarán por superar la tragedia, lo que no sabe es que el estado catatónico de su cuerpo se ha trasladado a su alma. Ahora apenas son algo más que robots que siguen haciendo las mismas cosas que hacían antes. La vida no es hacer cosas, sino sentirlas. Por eso aquellos padres no están vivos por mucho que se empeñe la jovencita, que les ha tomado un cariño muy especial.
Y así hasta 192 personas que fueron asesinadas cobardemente y todas las personas que de alguna forma sufrimos el atentado hace cuatro años...